He venido a ver aviones, llueve.
Hay algo que me hipnotiza al sentarme ante una pista a ver aviones aterrizar y despegar. Es profundamente relajante. Pero la lluvia lo hace mágico, eso me encanta de la lluvia, que puede tornar el momento más común en algo mágico. Un pájaro enorme con alas de metal, que es capaz de remontar el vuelo a pesar de su enorme peso. Con sin igual elegancia, y al parecer sin esfuerzo, se eleva al cielo a besar las nubes y adueñarse del espacio.
Mientras caen las gotas sobre el vidrio del auto, pienso en el sueño profundo que me invade. Resultado del desvelo por andar volando en los espacios que me presta la noche y no uso para dormir. Y mientras cierro los ojos, aterriza un ave de metal y no puedo evitar pensar en las innumerables historias que trae consigo. En los encuentros que espera, y las despedidas que dejó atrás. En los besos de los amantes que se encuentran en las puertas de abordaje, en las lágrimas de las madres que se despiden de un hijo. Y de pronto, a punto de quedarme dormida, alzo un vuelo imaginario y pienso en la libertad que te caracteriza, y me da miedo. Los aviones fueron creados para volar, y volar solos. Llevan historias, besos, esperanza, y luego se despiden y vuelan a otro rincón del cielo dejando lágrimas y soledad. Y yo de espectadora, porque no se puede negar que es un espectáculo digno de ver.
Por ratos vuelo, y vuelo sola, sin pista para aterrizar. Se me acaba el combustible volando y caigo en cualquier parte, y levanto la mirada, y te veo pasar. Al final, no somos aves de metal. Pero igual venimos cargados de historias. De encuentros, de despedidas, de besos y de lágrimas. Pero igual volamos, y nos elevamos a dimensiones que solo puede alcanzar el que se arriesga a volar sin miedo a caer. Solo lo sabe el que entiende que la sensación de libertad es tan increíblemente gloriosa que vale la pena el golpe para despegar de nuevo luego.
Yo nací siendo gaviota, pero las plumas son frágiles, y poco a poco las alas han ido siendo remplazadas por insertos de metal, no soy un avión, no soy una gaviota, no soy nada de lo que parezco y a la vez soy todo y mucho más. Y me viene a la mente un poema que escribí gracias a una frase prestada de mi amiga Kuky. Y pienso que avión, o gaviota, o papalote, o nube, lo importante es volar. Sentir el cielo, la brisa y no preocuparse por la pista. Volar aunque sea a solas, y aterrizar solo para cargar baterías, combustible, y miradas que te eleven de nuevo al cielo. Volar en el silencio del firmamento, para que otros vean que es posible a pesar de todo besar el cielo, las nubes, y el infinito una y otra vez.
Escapar
De pie como espectadora
de espaldas al mundo…
Frente a un mural de sueños
sostenidos con alfileres
sobre una pared sencilla
donde la realidad muere
Con mil posibilidades
y 20 puertas cerradas
creyendo en las novedades
y en los posibles mañanas
Salir corriendo, velozmente…
y tirarme de clavado sin pensar
hacia el mar que no pregunta y simplemente
me concede la licencia de soñar.
y tomar una navaja artesanal
y rajar el estrellado firmamento
y que caiga una llovizna celestial
y que moje mi pincel por un momento…
y marcharme a conquistar el infiníto
despojarme de estas plumas y el disfrás
y dejar la piel al aire, y de un grito
declarar mi esclavitud y libertad.
Daylin Horruitiner
2010